martes, 5 de enero de 2010

La música... alegría para mi vida.

Creo que apenas estaba abandonando los juguetes de la infancia, esos que traía el Niño Dios cada diciembre y ya me empezaba a adueñar del radio de mi papá, donde el solía oir las noticias y algún capítulo de Kalimán... el hombre increible, o de Arandú... el príncipe de la selva. Esto, si su trabajo en la finca, que estaba más arriba de la escuela, se lo permitía.
Para mi el radio y la radio, siempre han sido una compañía. Así que por aquellos mediados de los sesentas, viviendo en una vereda de mi natal Rionegro, en Santander, la vida me ofrecía las primeras ilusiones de los adolescentes, la música, siendo este invento maravilloso el que me permitía contactar imaginariamente con el mundo.
Y en ese mundo estaba surgiendo Sandro, un cantante que mezclaba el rock con unas letras llenas de romanticismo. Desde la Argentina, ya se oía en las emisoras musicales del continente y en Colombia Radio Quince, Radio Tequendama y otras, no eran ajenas a este nuevo idolo de la canción.
Ahí empezamos los adolescentes a sentir la necesidad de parecernos a él. A copiar sus formas de vestir, su peinado, sus movimientos. En los periódicos que cada lunes de mercado llevaba mi viejo hasta mis manos, una que otra vez salía una foto de los cantantes de moda y de ahí podíamos copiar sus "pintas". Pero lo más importante era el aprender la letra de sus canciones, para en los recreos de la escuela o en aquellos domingos de primavera juvenil, tratar de "cantárselos" a esas compañeritas de pupitre que entre juegos y tareas nos hacían sentir las primeras campanadas de atracción por las mujeres.
Cada atardecer, cuando ya las sombras cubrían el paisaje campesino, llegaba la hora de buscar en el dial del AM, la frecuencia de Radio Tequendama, que desde Bogotá vertía los últimos éxitos juveniles. Era tarea dispendiosa encontrarla, la tecnología radial de entonces no era muy buena y lo intrincado de mi ubicación entre tantas montañas de la cordillera oriental, evitaban una buena sintonía. Pero lo lograba. Era una hora para aprovecharla al máximo, oir y copiar cada tema para poder aprender sus letras.
Una vez logrado el propósito, nadie era capaz de callarme, todo el día canturriando "Porque yo te amo", "Así" y el "Rosa, Rosa" que permitía jugar con la respiración mientras se repetia toda esa retahila de palabras.
Como mi papá era tiplista y era común que en ese descanso del trabajo diario, tomara el tiple consentido para dejarnos oir esos viejos boleros, valses y pasillos que tenía copiados en el cancionero AS, -por la marca del cuaderno en que lo había hecho-, entre canción y canción le pedía que cantara una de las de Sandro. Nunca lo logré y entonces pensaba que no quería complacerme. Ahora se que las generaciones que van contando años no pueden digerir
lo de las nuevas. Es como si ahora, mis hijos me pusieran a cantar la música de Charlie García o de los Fabulosos Cadillac. Aunque debo confesar que Calamaro y Maná, me traman.
Los días de la escuela me permitian dejar oir mi regular voz. Y se lo permitian también a Luz Marina Mantila, esa trigueñita bonita que me traía loco y por quien me aprendía estas canciones.
Con algunos compañeros hicimos un conjunto musical que tenía guitarra, tiple, maracas y batería -que combinación, por Dios-, que nos servía de disculpa para que cada integrante le regalara canciones a sus "enamoradas".
Todo esto se volvió costumbre en mi afición por las canciones románticas y con las nuevas producciones discográficas -nombre pomposo que le daban los locutores a los LP´s-, me fuí haciendo más admirador de ese estilo pegajoso y modernista de Sandro.
Más tarde, ya estudiando bachillerato en Bucaramanga, no perdía oportunidad para ir por el Teatro Analucía o el Unión, para disfrutar con los temas sencillos y si se quiere frívolos de sus películas, con las que más de una muchachita dejaba rodar lágrimas mientras se llegaba al final de la cinta, con el abrazo y el beso tradicional de los protagonistas.
En mi modesta colección de música, están, ahí, los discos que -con los ahorros que de lo correspondiente a los recreos hacía-, iba comprando cada año. No había duda. Cualquier cosa podría faltar entre mis actividades del año, menos la compra en el Almacén Barranquilla, de los últimos éxitos de Los Hispanos y Los Graduados y por supuesto, los de Sandro.
El mundo siguió dando sus vueltas diarias y esa especial que da cada año. Y fueron pasando muchas cosas. La vida juvenil se transformó en adulta, las responsabilidades se multiplicaron. Vinieron los hijos y ellos también fueron creciendo. Y pasaron muchas cosas que jamás imaginé. Y el mundo siguió girando...
Ahora, viviendo en Medellín, lejos de esos recuerdos casi infantiles de mi tierra, consentido por la vida, a veces me dedico a escuchar toda esa música que fui coleccionando a través de los años. Cuando llega la época de aguinaldos, es costumbre oir esas canciones fiesteras de los bailes sesenteros. Me suenan a vida, me suenan a felicidad. Y en las tardes de sábado, es bueno disfrutar aquellas canciones con las que aprendí a ser romántico. Y poderlas dedicar a María Victoria, a mi Vicky adorada, quien me las recibe con el corazón y el alma sonrientes, es unade las alegrías más grandes de mi existir. Es que los románticos parecemos simples, porque nos llenan las cosas simples, las que parecen sin importancia. Pero somos felices.

Ahora, Sandro se ha ido de gira por el cielo. Y este es un pequeñísimo homenaje a quien llenó de alegría la juventud de mi generación. Con todo el sentimiento y tratando de pensar que todo tiene un principio y un final. Pero sus canciones quedarán por siempre en quienes aprendimos a disfrutarlas y compartirlas con quien nos brinda el cariño que arrulla el corazón..!


No hay comentarios: