lunes, 29 de marzo de 2010

La Semana Santa de mi niñez.

Cuando llega la temporada que debería dedicarse a la reflexión y a enderezar caminos, aparecen los recuerdos de como se vivía la SEMANA SANTA en los tiempos de mi niñez y adolescencia.

Por pertenecer a un hogar católico, donde además mi madre era la maestra de la vereda, los preceptos tradicionales se debían cumplir sin "chistar" nada, esto es, sin discusión.

Una vez llegaba el almanaque de Pielroja, aquel donde se quitaba el papelito cada día, -mientras la modelo de la foto nos miraba coqueta y dejaba escapar el humo a través de sus labios rojos-, al sábado de dolores, empezábamos a preparar el desfile o procesión del Domingo de Ramos.
Los protagonistas de este desfile, generalmente eran traídos por los compañeritos desde sus casas, cortados de las matas de Iraca o de Nacuma, como la llamamos los santandereanos y que abunda en tierras rionegranas. De sus cogollos además se hacen escobas, esteras, sombreros y de las hojas abiertas, techos para casas y el empaque para pollos y gallinas vivos que viajan para el pueblo, seguramente rumbo a un almuerzo especial.

Cánticos religiosos, mucha piedad -no Córdoba- y una asoleada de padre y señor mío, acompañaban la primera y única celebración en grupo de la semana especialmente religiosa.

Seguían dos días sin mayores cambios y el miércoles a las doce, al empezar la tarde, en todas partes se suspendían las labores después de haber usado la mañana para "aprontar" leña, agua -donde no había acueducto- y las legumbres necesarias para las tres jornada siguientes.
En la tarde se dedicaba la gente menuda de la casa a disfrutar de algunos juegos, concientes de la prohibición que se venía para jueves y viernes, que llegaban con quietud, silencio y recogimiento.
Después de la cena, mi viejo refería cada año las mismas historias sobre mitos y leyendas de esa conmemoración especial. Pero no se sentían repetidas. Tal vez porque el tenía el ingenio suficiente para cambiar sitios, personajes y terminaciones, lo que hacía casi nuevo el relato así se hubiera escuchado ya unas ventitantas veces.

Ya en el amanecer del jueves, las emisoras silenciaban sus músicas "paganas" y dedicaban el tiempo a emitir valses, óperas y un montón de obras clásicas, tocadas por músicos y orquestas famosísimas, pero que se nos hacían francamente aburridas. En algunos horarios se analizaba por parte de algunos "eruditos", la historia de la religión, las causas del "voltearepismo" de Judas o la capacidad para comer uvas de los emperadores romanos, conceptualizando a su manera cada uno y dejando en los oyentes opiniones encontradas.

Mientras tanto, la población femenina de la casa, mamá, abuela, tías, hermanas, primas y vecinas, se dedicaba a preparar un almuerzo de tres y cuatro pisos, a manera de los siete potajes y como una réplica aumentada y corregida de la Ultima Cena.
El Jueves Santo era también un día para dedicar a la limpieza personal por aquello del lavatorio, asi que para quienes estábamos pequeños nos figuraba un baño especial con estropajo incluído y dirigido muy de cerca por mi mamá.

Con el estómago lleno más de la cuenta y muy limpios nuestros cuerpos, íbamos a la cama para esperar el Viernes Santo, el día que se debía guardar con más respeto.
Era "demasiado" especial. Se debía vestir con colores oscuros o de preferencia negro. Nada de rojos, amarillos o camisas de estilo tropical. Era un día de luto. Mucho silencio, almuerzo en poca cantidad y con sardinas u otro pescado por aquello de la vigilia, mientras empezaba el Sermón de las Siete Palabras, explicado tediosamente por personajes de la política, bastante "veintijulieros" y ya sabemos porque, metidos en esto. Por sapos. Porque en todo se meten. Mi padre nos "obligaba" a escucharlos, pegados al radio y
en absoluto mutismo.

A las tres de la tarde, casi veíamos oscurecer un poco el cielo y ayudados por las palabras, consejos y cátedras de los más creyentes, nos invadía la tristeza porque acababa de morir Jesús.

Para la gente que vivía en Bucaramanga, era casi de obligatoriedad la subida a Morrorico, donde se mezclaba la religiosidad del viacrucis -no del viacruz, como dijo Vicente Silva, periodista de RCN Radio, creyendo buscarle un singular a una palabra que no está en plural- y la sensación de un paseo con tomada de foto de lente, comida de helados y en la bajada de regreso, las empanadas de pescado con limonada de panela. Todo esto en compañía de parientes y amigos de la cuadra y del barrio, contactados previamente para la salida tempranera, o encontrados por coincidencia en aquellos tiempos en que casi toda la ciudad iba a la caminata.
Ahora esa tradición la volvieron imposible los vagos, los gamines y los "evangélicos" que instalan "hiijuemil" equipos de sonido entre El Kiosco -cra 33 con 32, hasta el mismo monumento al Sagrado Corazón, formando una algarabía de locos mientras tratan de cazar incautos que les lleven más diezmos y así poder agrandar los bolsillos y las cuentas bancarias de los pastores de turno, que hacen caras de absoluta santidad.
En la noche generalmente íbamos a la calle 36 para admirar las procesiones que hacían tránsito entre las iglesias de La Sagrada Familia y San Laureano, algo que despertaba en mí, dos sentimientos. Uno de angustia, por el peso que debían soportar los penitentes con esas andas a cuestas en un despacioso recorrido y otro, de risa, por los movimientos tan chistosos de las imágenes, que tiemblan de tal forma que parece próximo su aterrizaje contra el pavimento.
Regresábamos tarde a la casa para escuchar algún dramatizado sobre la vida de Jesús, programacion muy usada por las emisoras de entonces.
Ya el sábado, aunque de santificar también, había un poco más de libertad para hablar, reír y jugar, la radio volvía a la normalidad y todo volvía a ser como antes. En la noche, se oía la misa de Gloria o se asistía a ella. Después, a seguir con la rutina de la vida, que como el mundo va dando vueltas y vueltas. Muchas cosas han cambiado.
*En estas lineas no he mencionado para nada la televisión, que aunque ya existía en el país, solo vinimos a tenerla en casa cuando estaba por cumplir los veinte años. Gracias a Dios no me perdí mayor cosa.

jueves, 11 de marzo de 2010

Por pasar y posar de inteligentes...

La nueva generación de políticos de caserío, ambiciosos de conseguir una mayor votación en la población femenina, se afanan por mencionar el género específico en cualquier oportunidad, llegando al ridículo en discursos como este, que bien podría adjudicársele a cualquier "salvador" de la patria.

" Antioqueñas y antioqueños..... ciudadanas y ciudadanos....
Desde esta tarima de la politica me dirijo a ustedes y a ustedas para compartir mi intención de llegar al senado de la república.
Trabajando de sol a sola, desde
las montañas y los montaños de mi tierra, me comprometo a luchar por la igualdad de géneros y de géneras, sin importarme que las profesoras y profesores de las escuelas y escuelos, los colegios y las colegias, -en la universidad no estuve, por eso no la nombro-, me hayan enseñado que NO es necesario hacer notar los dos géneros al dirigirse a los demás, que con mencionar el másculino se está incluyendo a todos, inclusive a los gays y las gays.
Les pido a mis contertulios y contertulias que depositen sus votos y sus votas en los urnos y las urnas y asi me puedan favorecer para despues llenarme los bolsillos y las bolsillas con el 10% de los contratos y las contratas que les consiga a mis votantes y mis votantas.
Mi gratitud eterna y anticipada a todos y todas los idiotos y las idiotas que madrugarán a votar por este monumento a la imbecilidad y la ramplonería de la politica colombiana y colombiano.
A ustedes y a ustedas, muchos gracios y muchas gracias."

Puede parecer chistoso, increible o simplemente sin gracia. Pero es posible que en más de un tablado politiquero, en más de una entrevista o en muchas cuñas radiales o televisivas, aparezcan los nuevos "académicos" de la lengua española, creyendo agarrar incautos, creyendo, muy equivocadamente, que hablan "bonito".
Y lo de adjudicarlo al politiquerío paisa no es gratuito. Es que aquí abundan... esos inteligentes.