jueves, 25 de agosto de 2011

JAIME GONZALEZ, pereirano y buen amigo.

Era esa casa, lo que el había soñado para pasar los días en que no tendría que trabajar, donde podría mirar pasar el tiempo sin afanes, disfrutando del buen sabor de un aguardiente, mientras sentado en las mecedoras del corredor contemplaba el rio, dejaba ir por su mente recuerdos y soñaba con más ilusiones.

Jaime González Angel había nacido en Pereira, portaba la raza del viejo Antioquia en su sangre, así como era dueño también de una bondad que rayaba "en la pendejería" como el mismo decía. Después de trabajar en Bavaria y como ejecutivo en varias empresas del país, llegó a Bucaramanga en plan de aventura y huyendo del dolor de un primer matrimonio que se había desbaratado hacía poco. Durmió una noche en alguna banca del Parque Santander de la 36 con 19 mientras la Sagrada Familia le cuidaba el sueño. Al día siguiente, sin dinero en su bolsillo y aparentemente sin futuro, bajó hasta la calle 35 con 14 y en el Almacén Valher encontró no solamente un amigo, sino también un trabajo que le permitió arrancar de nuevo.

Empezó a cogerle el tiro a la nueva ciudad en su colección de territorios que iba haciendo propios, mientras se acomodaba en un apartamento de la cra 15 adelante de la 41 en una época en que la avenida solo llegaba a la 45 y cuando se podía vivir en el centro. Estaba apenas terminando la década del sesenta.

Fiel seguidor de la mujer, se fue dejando enredar por una que se pegó de su buen estilo para vivir bien. Entre su trabajo en Exclusivas, una distribuidora textil; los aguardienticos del fin de semana y el orgullo de mostrar su conquista que ya le había dado una hija más, fue haciendo nuevos amigos.

Por aquellos días tuve la fortuna de encontrar su amistad, ligada por una carámbola de tipo familiar. Su mujer era hermana de quien por aquellos días había empezado a enredar mis cariños afectivos.

El compartir en medio del parentesco fue haciendo crecer una amistad que se afianzaba en gustos similares por la lectura, por la bohemia pura y por esa música que resalta los valores colombianistas. Primo hermano del Poeta de la Raza, Luis Carlos González; tenía tintes de verseador y entretenía los ratos de conversación con buenas frases y un fino humor.

Viviendo ya frente al Colegio de la Presentación, por la calle 56, donde una curva convierte la avenida en la "carretera" que va hacia Pan de Azúcar, alguna vez me pidió que le ayudara a buscar un lote rural cercano, pues quería hacer una finca para pasar su edad de descanso.
Con mi papá nos dedicamos al encargo y muy pronto logramos contactar al dueño de San Julián, a quien se le sugirió la compra de un pedazo de terreno que hacía vecindad con el río, a la izquierda, justo cuando se pasa el puente de Case´tabla, por la via de Rionegro hacia Santa Cruz de la Colina.

A su gusto, con ingeniero a bordo, levantó la casa acogedora y bonita que muchos conocimos, con una piscina que "serviría para contemplar y admirar a su mujer mientras tomaba el sol". Esa era su ilusión, pero jamás se le cumplió, porque el genio y el pésimo orgullo de su compañera le impedían complacerlo. Sembró arboles, cuidó su tierra y consitió un par de loras que le conversaban y varios perros que acompañaban sus pasos por la vereda.
Igual "el compadre" como lo conocíamos todos por su forma de saludar a quienes se acercaban a su lado, se fue ganando el cariño del vecindario y muy pronto se sintió un amigo de la gente que compartía el paisaje. Se volvió un benefactor de quienes le necesitaban, trabajó hombro a hombro en la creación de Cadesoc AGRORIO y en los fines de semana compartía con quienes íbamos de paseo a disfrutar de una finca que siempre ponía a las órdenes de todos.

Mientras tanto, su emperifollada y orgullosa mujer, iba haciendo toldo aparte. Alguna vez que llegamos un sábado con mis hijos a compartir el fin de semana, nos encontramos con la sorpresa del matrimonio eclesiástico y vestida de blanco de quien hasta esa semana lo había acompañado. Caminó, llorando, por los alrededores de la Iglesia del Divino Niño, mientras la susodicha le daba el si a un abogaducho tramposo y vividor.

Fue un tiempo duro, de mucho sufrimiento para alguien que aiempre pensaba en el bienestar de la ingrata, que conchuda a morir, después de la luna de miel empezó a ir los fines de semana con marido y todo, aprovechando esa "pendejería" que sabía explotar.
En uno de los puentes de agosto fui con un par de amigos, coincidimos con los intrusos y con la valentía que dan la amistad verdadera y unos tragos en la cabeza, les formamos el "tierrero" y esa misma noche tuvieron que salir con el rabo entre las piernas y regresarse con todos los amigotes que iban a ponerse de ruana a Jaime, al punto de hacerlo servir cervezas, aguardiente y comida, algo que el nunca hacía físicamente con los amigos.
Pasado el buen suceso para su espíritu, madrugamos sin dormir, a Case´tabla por unas cervezas y allí recibimos las felicitaciones de todos los vecinos que esa hora esperaban el corte de carne del domingo. Nos llovieron cervezas y palabras de satisfacción por haber "corrido a esos sinvergüenzas que se aprovechan de la bondad de don Jaime".

Su vida siguíó en la soledad de una casa que habia soñado diferente, pero la permanente visita de amigos, vecinos y algunos parientes que venian de su natal Pereira, fueron ayudando a superar ese vacío.
Como yo estaba a cargo de Valparaiso, por la reciente muerte de mi papá, aprovechaba para en mis idas allí, pasar a quedarme en las noches en EL Cielo, -como llamaba a su parcela- y entre charlas, conversas y aguardientes, ir haciéndole crear un callo en ese corazón que, me decía una tarde, "creí que se desbarataba, compadre..!"
Fueron muchas las personas de Rionegro, de Bucaramanga, de Santa Cruz de la Colina, que supieron de su amistad, de su bondad y contribuyeron para que sus horas se fueran limpiando del desengaño.
Ayudé -desafortunadamente- a que por sus predios y por su vida, volviera uno de los amigos que lo había abandonado cuando más lo necesitaba. Había sido un vendedor en Exclusivas y por divergencias entre Mery y la diminuta mujer del amigo, se había alejado. Lo busqué en Bucaramanga y le pedí que cayeran de sorpresa por la finca. Fue un momento muy emocionante el reencuentro. De allí en adelante no fallaron en sus visitas, pero después del viaje obligado de Jaime para Pereira, se adueñaron de la finca y por poco se quedan con ella.

Una tarde, estando con la familia Corredor, amigos mios de vieja data, mientras se servía la carne asada que no faltaba, lo vimos hacer unos gestos raros, mientras se sostenía dificilmente de una pared. Estaba a punto de sufrir un derrame cerebral, que afortunadamente y porque corrimos con el, al Hospital de Rionegro, no alcanzó a dañar su movilidad. Pero si se le prohibió el trago, un poco de sus comidas favoritas y ya no fue igual su vida. El "amigo de marras" llamó a Pereira para que su familia viniera por él, algo que se hizo sin que yo supiera y hasta ahi llegó su vida en esa región que quiso con el alma. Eran los finales del año 87.....

Hace unos tres años fuimos con Vicky a visitarlos a Frailes, la finca familiar de los Gonzalez, arriba de Pereira. Ya estaba en los 89 años, había perdido mucho su visión, su oido y los achaques de los años dificultaban su trasegar.
Hace dos años se marchó a la eternidad, pero creo que en quienes lo conocimos quedó un buen recuerdo y la gratitud a su bondad y a su buen conversar.
Creo que en una próxima nota relataré algunas de sus anécdotas, que son bastantes, divertidas y con enseñanzas de vida. No en vano el repetía "Compadre, llevo toda la vida aprendiendo y aún no he pasado el curso".