viernes, 14 de septiembre de 2012

LA NUEVA CASA... así pasen los años.

"Déjame bailar contigo la alegría linda del último vals"...... Así le hubiera cantado mi viejo a mi madre en medio de la felicidad de tener la nueva casa. Pero él ya no estaba. Por lo menos físicamente. Porque su espíritu nunca se ha ido. Y pasó por allí a conocerla. Desde mis años de niñez fue muy común en las conversaciones de ellos el deseo de tener una casita propia en Bucaramanga. Se había vuelto un sueño, una esperanza, una ilusión. Se había tenido fincas, habíamos vivido en las escuelas donde mi madre ensañaba. Pero ella quería una casa para ella. Alguna vez le ofrecieron por cuenta de la Cooperativa del Magisterio un apartamento de los primeros que estaban construyendo por los lados de la Concha Acústica. Las condiciones de pago eran muy buenas. Aún se podía pagar la cuota mensual con una parte del sueldo. Ahora se necesitan tres y cuatro sueldos para pagar una amortización. Pero no faltó el "consejero" metido, ese que no se llama para preguntarle. Simplemente se atraviesan a opinar sobre lo que no les importa. Lo triste es que era alguien muy cercano a nosotros. Argumentos tan absurdos como decir que los edificios se caían muy facil, que los predios en el aire no valían nada, que esa cuenta era imposible de pagar, en fin. Dieron al traste con nuestros deseos. El mundo siguó girando hasta que en unas horas antes de partir, mi viejo me recordó algunas cosas para el futuro, cuando iba a ser yo quien tomara las riendas de la familia. "Cómprele la casa a su mamá" me dijo en medio de sus dolores y de las pausas que hacía para seguir con las recomendaciones. Esa no fue un consejo. Fue una orden. Mientras pasaron unos años y se determinó vender a Valparaiso en vista de la situación de inseguridad en los campos rionegranos en ese tiempo. Juntando parte de esos ahorros paternos, de mi madre con su trabajo magisterial y algunos pesos míos de mi trabajo publicitario y de mis carros, hicimos un fondo común destinado a ese deseo de mis viejos. No estábamos buscando una mansión, ni un castillo. Simplemente una casa que sirviera de alero a la crianza de mis hijos, a los años otoñales de mi madre, a la tranquilidad de no estar cada mes vaciando la billetera en el sifón de los arriendos. Fuímos buscando por varias partes. Fátima estaba en plena construcción, pero era muy dificil llegar allí. Caminos por rastrojos y cañadas, sin transporte hasta el barrio nos hicieron desistir. La opción que se definió fue buscar una usada pero más central. Un día sin querer miré el periódico y encontré un aviso que me llevó hasta una que se amoldaba a lo que queríamos. Fuimos con mi hijo Leonardo a verla esa tarde, confirmando que asi era el sueño. En diez minutos entraron un montón de clientes, lo que me obligó a pedirle al dueño que me esperara hasta el medio día siguiente para ir con mi madre para que aprobara la compra. Con ese compromiso volvímos antes de las doce y había una pareja que insistía para que le recibiera las arras del negocio. Antes de entrar y aún sin saludar, le dije que la casa sería nuestra, asegurando un negocio que por la ubicación del predio y por el precio, estaba a punto de volverse gaseoso. Tuve que hacer como decía mi papá: "Enreje el toro por los cachos y sin que le coja orejas, mijo". Cuando entramos ya estaba el compromiso de comprarla, asi que mi mamá simplemente corroboró que una casa asi era la que ella quería. En un par de meses se hicieron los papeles y para estas calendas, cuando empezaba la feria de la ciudad, hace veinticuatro años, cargamos un camión con los trastes y las ilusiones en Provenza y nos fuimos a la CASA PROPIA. Con la ayuda de un tío de mi mamá, el inolvidable José Anaya, acomodamos las cosas en su sitio y esa primera noche fue de esas en que la felicidad se vuelve palabras, sonrisas, cantos, sueños, esperanzas....... El trabajo en el lote de la Puerta del Sol con los murales para el evento artesanal me tenía ocupado por esos días, pero en poco tiempo se quitó la puerta del local para convertirlo en alcoba y asi terminar de acomodarnos. Quien iba a pensar que volvería a ser un local y esta vez para albergar a PublicAB, que por esos días ya funcionaba en la zona de la 17 con Av. La Rosita. Se había cumplido la promesa a mi papá. Y la del Niño Dios comenzaría a cumplirse en ese Diciembre. La Novena de Aguinaldos en la parroquia del barrio donde nos regalara la casa se ha cumplido. El día que sacamos los restos de mi papá, se planeó ir desde el camposanto central hasta el de La Colina, en un recorrido directo. Pero se presentó un retardo en la labor de los sepultureros, unos imprevistos en el trabajo del taller, llegó la hora de recoger las niñas en los colegios, la hora del almuerzo. No quedó más remedio que ir hasta la casa con la caja de sus restos para poder desenredar las cosas. Ahi si, después de un par de horas en su CASA PROPIA, se dejó llevar hasta la sepultura final. Decía mi madre; "Mi viejo se dio sus mañas para pasar por SU casa..!" Después mi mamá se fue, la vida me cambió, los embates del destino aparecieron, la codicia también, pero la casa ahi está. Contra viento y marea. Es un tesor tallado por mis padres. Es el regalo a la voluntad, a la disciplina, al trabajo juicioso y honesto. En sus paredes, en sus puertas, en sus techos se nota el paso del tiempo. Pero ahi está LA NUEVA CASA. Como quisiera haber oido de los labios y el tiple de mi viejo esa canción, que igual fue una dedicatoria más para su amada. Para mi madre.