miércoles, 21 de noviembre de 2012

Don Alirio Blanco... de viaje para el cielo.

Por los días de nuestra llegada a Berlín, empezando mis cinco años, tuve que familiarizarme con el nuevo entorno. Nuevos paisajes, nuevos caminos, nueva gente. Y con ellos, nuevas historias. Entre las personas con quienes compartiría los casi seis años venideros estaban los transportadores de la región. Y entre ellos don Alirio Blanco, que en su buseta Chevrolet 53 de trompa verde, hacía los recorridos desde Santa Cruz de la Colina hasta Rionegro y Bucaramanga. Atento siempre a las palabras de mis viejos, le escuché decir varias veces a mi mamá que el corría más que los Machuca, sus compañeros de esa labor incansable de llevar "colineros" y "berlineros" hacia y desde el pueblo. Esa frase me producía cierta angustia infantil cuando esperando en esa "Y" que servía de entrada a la hacienda, veíamos aparecer la buseta más madrugadora. Eso si, apenas nos acomodábamos, después del saludo amable del conductor, olvidaba mis miedos a las carreras y entretenía mis ojos en los adornos, luces y calcomanías que dentro de ese "bus en miniatura" -como yo lo veía- servían para entretener la media hora que duraba el recorrido hasta Rionegro. Me causaba especial atención el par de burritos que anclados en el torpedo, iban afirmando o negando con la cabeza lo que conversaban don Alirio y mi papá, que animados en una amistad de siempre, se contaban los sucesos de esa semana, mientras yo armaba imaginariamente la película de turno, haciendo participar a los burritos en su diálogo. Un día le pregunté a mi viejo si él era muy amigo del dueño "correlón" de la buseta verde. Y me dijo que si. Que casi desde su niñez en la tierra fría pero cordial que albergó sus vidas, eran amigos. Y me narraba de sus idas a traer agua para sus casas, cuando en La Colina no había acueducto. En el carro que tenía entonces, acomodaban unas ollas y se iban hasta Rio Frío por un viaje de agua limpia. Reía cuando recordaba que a la plaza llegaban solo con medias olladas, porque por los baches del camino y el descuido por ir conversando, la mitad del mandado se quedaba por la carretera. Curiosamente, cuando en Enero del 2009 fuimos con mi esposa a saludarlo, a su casa en San Alonso, entre las palabras que compartimos por un buen rato, estaba la misma historia. Creo que a los dos amigos esta forma de colaborarse mutuamente los marcó siempre. Los dos fueron servidores de quienes estaban cerca. En su "chiva" cada año iba a Berlín a participar con la gente de Santa Cruz de las Fiestas del Café. Siempre había puesto para todos, siempre había una palabra amable. Pasaron los años y fuimos a vivir a Misiguay. Ya suspendí el disfrute de esos viajes animados por los burritos, por las luces "hirvientes" de la Virgen del Carmen en el espejo interior y los cuentos y las risas de mi papá y su amigo. Pero hubo saludos compartidos en esa ventana de la Caja Agraria, frente a donde orgulloso cuadraba su buseta, esperando la hora de llevar pasajeros, viandas e historias de regreso a su pueblito amañador. Al regresar a la zona, ahora en Valparaiso, ya había cambiado su carro por uno más grande, imponente. Esa buseta, la 114 de Lusitania, seguía surcando los caminos de siempre. Entonces volvió el compartir por unos años, con mi viejo antes de que se nos fuera y en mis idas a Casatabla, cuando pasaba a saludar a Jaime González y a poner mi granito de arena en AGRORIO. Nada había cambiado en su forma de ser. La misma amabailidad. En esa Ford 59 fuímos a en un paseo familiar en 1981 desde Bucaramanga hasta Sardinas y después en el regreso, al son de la música carranguera que estaba pegando fuerte y de la que fue gran admirador. Alguna vez, nos encontramos a la entrada de un concierto con Jorge Velosa, en el auditorio de la UIS. Estaba con su señora, ávidos de presenciar el toque de ese sabor campesino que tiene la carranga. Me dijo que no le importaba trasnochar, con tal de disfrutar en vivo de las canciones que se oían en su buseta. En una feria artesanal también nos acompañó en nuestro "stand" en una presentación de los mismos artistas. Era ferviente admirador de esas canciones que hablan del campo y sus gentes. Cuando quedé a cargo de Valparaiso, por la partida de mi viejo, las cosechas de maíz que me correspondian por la parte de la tierra, siempre se transportaron en sus carros. Esperaba la bajada por Sardinas a las dos y media de la tarde, para acomodar los bultos en la bodega trasera y conversar de carros hasta Bucaramanga. El trabajo para el fue su constante. Solo en las fiestas de Navidad y Año Nuevo no cubría la ruta acostumbrada. Se tomaba unos tragos merecidos por su trabajo del año, después de haber comprado el mismo, su regalo para cada uno de sus nietos. El año pasado coincidimos en una visita a Victoriano Machuca, que ya estaba muy enfermo. Vi a don Alirio muy mermado en su caminar. Los años fueron los únicos capaces de apaciguar su impetu de trabajo. Pero creo que el del servicio a los demás, lo seguirá ejerciendo desde el más allá. Aquí también tengo que agradecer las alegrías que vivi de niño, encaramado en sus carros llenos de cosas gratas. Gratitud por dejar que mis manos hicieran la réplica de la 114. Se que la conservó por mucho tiempo. Y que siempre admiró mi trabajo. Gracias don Alirio por la amistad con mis viejos. Ahora seguramente va a encontrarlos en el cielo y allí conversarán todo lo que les quedó pendiente. Volverán a recordar esos viajes al río a llevar agua. Y las chanzas que le hacía mi papá porque el puesto auxiliar lo tenía reservado para pasajeras especiales. Y le contará que su hijo, fue a visitarlo para hacer remembranzas de su amistad y su compartir. La tertulia que se está viviendo en el cielo es grande. Son varios los amigos que se han ido. No importa que aqui hayamos quedado tristes por su partida. Cada ser va cumpliendo sus metas, sus años y su labor terrenal. Quedan, imborrables, sus enseñanzas. Su familia, formada con el ejemplo del trabajo, hará inmortal su legado. A todos sus hijos, a su esposa y a quienes tuvieron el gusto de recibir sus favores y sus consejos, les queda la satisfacción de contar con un amigo. Ya no es la ruta de "La Colina, El Diviso, El Marneeee...!" que anunciaba en los sesenta. Se ha cumplido un ciclo y la ruta ahora es un viaje directo al descanso merecido por el deber cumplido.

viernes, 14 de septiembre de 2012

LA NUEVA CASA... así pasen los años.

"Déjame bailar contigo la alegría linda del último vals"...... Así le hubiera cantado mi viejo a mi madre en medio de la felicidad de tener la nueva casa. Pero él ya no estaba. Por lo menos físicamente. Porque su espíritu nunca se ha ido. Y pasó por allí a conocerla. Desde mis años de niñez fue muy común en las conversaciones de ellos el deseo de tener una casita propia en Bucaramanga. Se había vuelto un sueño, una esperanza, una ilusión. Se había tenido fincas, habíamos vivido en las escuelas donde mi madre ensañaba. Pero ella quería una casa para ella. Alguna vez le ofrecieron por cuenta de la Cooperativa del Magisterio un apartamento de los primeros que estaban construyendo por los lados de la Concha Acústica. Las condiciones de pago eran muy buenas. Aún se podía pagar la cuota mensual con una parte del sueldo. Ahora se necesitan tres y cuatro sueldos para pagar una amortización. Pero no faltó el "consejero" metido, ese que no se llama para preguntarle. Simplemente se atraviesan a opinar sobre lo que no les importa. Lo triste es que era alguien muy cercano a nosotros. Argumentos tan absurdos como decir que los edificios se caían muy facil, que los predios en el aire no valían nada, que esa cuenta era imposible de pagar, en fin. Dieron al traste con nuestros deseos. El mundo siguó girando hasta que en unas horas antes de partir, mi viejo me recordó algunas cosas para el futuro, cuando iba a ser yo quien tomara las riendas de la familia. "Cómprele la casa a su mamá" me dijo en medio de sus dolores y de las pausas que hacía para seguir con las recomendaciones. Esa no fue un consejo. Fue una orden. Mientras pasaron unos años y se determinó vender a Valparaiso en vista de la situación de inseguridad en los campos rionegranos en ese tiempo. Juntando parte de esos ahorros paternos, de mi madre con su trabajo magisterial y algunos pesos míos de mi trabajo publicitario y de mis carros, hicimos un fondo común destinado a ese deseo de mis viejos. No estábamos buscando una mansión, ni un castillo. Simplemente una casa que sirviera de alero a la crianza de mis hijos, a los años otoñales de mi madre, a la tranquilidad de no estar cada mes vaciando la billetera en el sifón de los arriendos. Fuímos buscando por varias partes. Fátima estaba en plena construcción, pero era muy dificil llegar allí. Caminos por rastrojos y cañadas, sin transporte hasta el barrio nos hicieron desistir. La opción que se definió fue buscar una usada pero más central. Un día sin querer miré el periódico y encontré un aviso que me llevó hasta una que se amoldaba a lo que queríamos. Fuimos con mi hijo Leonardo a verla esa tarde, confirmando que asi era el sueño. En diez minutos entraron un montón de clientes, lo que me obligó a pedirle al dueño que me esperara hasta el medio día siguiente para ir con mi madre para que aprobara la compra. Con ese compromiso volvímos antes de las doce y había una pareja que insistía para que le recibiera las arras del negocio. Antes de entrar y aún sin saludar, le dije que la casa sería nuestra, asegurando un negocio que por la ubicación del predio y por el precio, estaba a punto de volverse gaseoso. Tuve que hacer como decía mi papá: "Enreje el toro por los cachos y sin que le coja orejas, mijo". Cuando entramos ya estaba el compromiso de comprarla, asi que mi mamá simplemente corroboró que una casa asi era la que ella quería. En un par de meses se hicieron los papeles y para estas calendas, cuando empezaba la feria de la ciudad, hace veinticuatro años, cargamos un camión con los trastes y las ilusiones en Provenza y nos fuimos a la CASA PROPIA. Con la ayuda de un tío de mi mamá, el inolvidable José Anaya, acomodamos las cosas en su sitio y esa primera noche fue de esas en que la felicidad se vuelve palabras, sonrisas, cantos, sueños, esperanzas....... El trabajo en el lote de la Puerta del Sol con los murales para el evento artesanal me tenía ocupado por esos días, pero en poco tiempo se quitó la puerta del local para convertirlo en alcoba y asi terminar de acomodarnos. Quien iba a pensar que volvería a ser un local y esta vez para albergar a PublicAB, que por esos días ya funcionaba en la zona de la 17 con Av. La Rosita. Se había cumplido la promesa a mi papá. Y la del Niño Dios comenzaría a cumplirse en ese Diciembre. La Novena de Aguinaldos en la parroquia del barrio donde nos regalara la casa se ha cumplido. El día que sacamos los restos de mi papá, se planeó ir desde el camposanto central hasta el de La Colina, en un recorrido directo. Pero se presentó un retardo en la labor de los sepultureros, unos imprevistos en el trabajo del taller, llegó la hora de recoger las niñas en los colegios, la hora del almuerzo. No quedó más remedio que ir hasta la casa con la caja de sus restos para poder desenredar las cosas. Ahi si, después de un par de horas en su CASA PROPIA, se dejó llevar hasta la sepultura final. Decía mi madre; "Mi viejo se dio sus mañas para pasar por SU casa..!" Después mi mamá se fue, la vida me cambió, los embates del destino aparecieron, la codicia también, pero la casa ahi está. Contra viento y marea. Es un tesor tallado por mis padres. Es el regalo a la voluntad, a la disciplina, al trabajo juicioso y honesto. En sus paredes, en sus puertas, en sus techos se nota el paso del tiempo. Pero ahi está LA NUEVA CASA. Como quisiera haber oido de los labios y el tiple de mi viejo esa canción, que igual fue una dedicatoria más para su amada. Para mi madre.

lunes, 4 de junio de 2012

UNA PROMESA... UN COMPROMISO.

Mientras pasaba la noche empecé a recordar la vieja promesa que hicimos, con mi madre al Niño Dios y por allá en los años ochenta, cuando creímos que ya era hora de tener nuestra casa propia. En la iglesia del barrio donde nos "regalara" una casita para guardar nuestras vidas, la existencia; para resguardar a mis hijos, sus nietos; para encontrar amaneceres sin afanes; allí, en esa iglesia haríamos la Novena de Aguinaldos mientras hubiera vída. Y la cumplió ella mientras acompañó mis pasos. Y la cumplí yo, mientras viví en Bucaramanga. Pero era tiempo de revivir, de volver a esos recuerdos, a esa promesa. La iglesia: Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, la que vió cambiar la cara de Bucaramanga desde el antes de la Diagonal Quince. El tiempo: El viaje de reencuentro, de regreso, en una vacación que llevaba dos días. Había llegado ese miércoles a mi ciudad, después de un viaje agradable, lleno de paisajes que se mezclaban entre la ilusión de volver. Me hacía falta la compañía de Vicky, siempre junto a mi, pero que en esta ocasión había quedado en Medellín pendiente de nuestras cosas. La tarde, que ya empezaba a caer, me dejó ver de nuevo esa casa materna tan llena de añoranzas, el viejo barrio que casi ha perdido toda esa cualidad hogareña que le connocimos para dar paso a un comercio impersonal y avaro, llevándose con sevicia la nostalgia de los viejos tiempos. Los abrazos con mis hijas me curaron del cansancio que se pega en el cuerpo cuando se viaja por una carretera recién cicatrizada de las heridas del invierno. El volver a sentir el aroma de mi madre, a pesar de sus casi veinte años de ausencia y que se quedó perenne entre esas paredes y bajo ese techo, revivió de golpe aquella promesa. A eso iba. A disfrutar de las madrugadas compañeras de los días de aguinaldos. A volver a sentir la brisa que un buen rato antes de las cinco de la mañana, acaricia los árboles y los sentimientos en su raudo volar buscando encontrarse con los arreboles de la Puerta del Sol. Y esa noche previa, recostado entre un montón de nostalgias, quería dejar pasar las horas para sentir la alegría inmensa de repasar las calles que recorrí con mi viejita y muchas veces con mis hijos -que perezosos juveniles- no siempre nos acompañaban. Cuando el gallo que canta en mi moderno despertador me habló de las cuatro de la mañana, abrí los ojos a ese momento largo que estaba empezando. Y abrí los oídos para escuchar la pólvora, que a menra de alboroto, despertaba antes a los "noveneros" madrugadores. Ni un solo volador sonó. Mientras referescaba mi cuerpo en la ducha e ilusionado con que solo fuera una "cogida del tarde" del encargado de los cuetones, poco a poco acepté que muchas cosas han cambiado. Como antes, me preparé un café y esperé a que mi hija estuviera lista. Salimos con Silvia, mi hija menor que contenta y cariñosa, quiso acompañarme a reencontrarme con la historia. Gladys, mi otra hija, se quedó en casita consintiendo una varicela traicionera. La iglesia tampoco estaba tan llena como en otros años. Pero la alegría, esa sensación que no se explicar, era la misma. Disfruto a montones el canto de los villancicos, me vuelvo niño otra vez cuando contemplo la gente soñolienta, abrigada con mil colores, pero constante a una tradición y seguramente a promesas propias. Sentí que mis viejos estaban acompañándome en ese templo que me había visto cada mañana decembrina tratando de no dejar morir las costumbres hermosas que el modernismo quiere acabar. De pie, porque es otra autocondición en lo prometido, canté de nuevo todos esos villancicos con los que crecí, con los que alegré las mañanas de mis hijos tratando de despertarlos para esas novenas y esta vez fue Silvia quien pagó el importe de siempre. Un buñuelo o un pandeyuca con un café, en la puerta de la iglesia. Pero hasta eso ha cambiado. El sabor de las viandas se me hizo extraño. Lo que no cambia es la dicha de encontrar viejos amigos a la salida de la misa, mientras la gente y el sol de la mañana se encuentran en el atrio grande, testigo de saludos y de abrazos con personas que volvemos a ver cuando llega ese tierno tiempo de los aguinaldos. Parece raro escribir y leer notas decembrinas en plena mitad del año. Pero es bueno solazar las horas de un día de verano con palabras que nos transportan en el tiempo.Sueño con vivirla en la iglesia de mi Rionegro. Algún día será.Que bueno sería que esta costumbre tan santandereana llegara a otras regiones del pais. Eso hace cierta la frase tan trillada de "no saber lo que se tiene, hasta que se pierde"..... Ha sido una de las tradicones que más extraño en Antioquia. Y eso que en familia, nos turnamos para disfrutarla en la noche. Pero la mañanera tiene su encanto..!

sábado, 17 de marzo de 2012

VICTORIANO MACHUCA... EL ÚLTIMO VIAJE.

VICTORIANO MACHUCA... EL ÚLTIMO VIAJE.
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Esta puede parecer una nota muy breve. Quizás si para todo lo que se podía escribir, recordando los buenos tiempos de mi infancia, cuando recién llegados a Berlín, empecé a consentir con los ojos esos carros que transportaban pasajeros, carga e ilusiones. Y viendo la amistad de mis padres con los dueños y conductores de esos carros, empecé a considerarme también su amigo.

Cuando a un niño de seis años, -en el campo- el conductor de la buseta que trajina el sendero de la vereda, lo saluda por su nombre, adquiere para siempre un amigo.



Ese fue VICTORIANO MACHUCA.

El trasegar semanal de mi padre a Bucaramanga, por cuenta del surtido para la cooperativa de la hacienda, siempre los viernes cuando coincidía con la ruta alargada a la ciudad, me permitió andar muchas veces en esa FORD de trompa combinada de rojo y crema, que esperábamos en la entrada de Berlín, frente a la ceiba inmensa.



Mientras los kilómetros se iban quedando atrás, pasando por debajo del chasís, mientras mi viejo conversaba con su amigo conductor, fui grabando en mi mente las curvas de la carretera, los colores de aquella chiva y un montón de recuerdos.

Después cambiamos de vereda, de clima y de contertulios. Pero era grato cuando viniendo de Misiguay, en La Virgen o en La Meseta, coincidíamos con ese racimo de gente que llenaba el carro consentido y admirado. Al rato habría un café en la plaza. Siempre, aún en los tiempos en que Victoriano dejó un poco la cabrilla para dedicarse a las tierras y al ganado, había tiempo para compartir un rato con mi viejo Flaminio, mientras conversaban de sus labores y sus metas.



Después, nosotros en Valparaiso, volvímos a viajar con él, pero ya no había ni tiempo ni espacio para conversar. Sardinas, estación que usábamos para esperar el transporte, está muy cerca de Rionegro y de ñapa, la buseta ya venía con el cupo supercompleto.



Ahora en Diciembre que pasé a saludarlo por su enfermedad, recordé con alegría todo ese cuaderno de anécdotas de viajes y tintos compartidos y que tienen cobija en el libro que estoy escribiendo.



Los años se van llevando fisicamente a los amigos, pero los recuerdos tallados en la mente se quedan para siempre.Ese día me despedí del amigo, pensando en estas letras. Hay circustancias, las físicas, que no tienen retorno. Como la partida al infinito. Pero hay otras, las espirituales, las intangibles, donde cabe la amistad, que van siempre con nosotros.

Gracias VICTORIANO MACHUCA por alegrar mi niñez con su buseta.

Gracias por ese saludo que me hacía sentir grande cuando apenas era un niño.

Gracias por la amistad con mis padres.



Que en este viaje hacia lo eterno vaya de la mano de Dios y la ruta esté llena de más alegrías que las vividas en la tierra..!

DE NIDOS y polluelos.

Esa mañana de sábado venía lluviosa desde la madrugada. El cielo plomizo invitaba a quedarse en la cama un ratico más. Pero la velocidad con que ahora se van las horas, hizo que nos levantáramos de una vez.

Cuando abrimos la cortina y la puerta del balcón, recordé que al frente, en una caja de distribución de cables que estaba amarrada a un poste, una tórtola había construido un nido que llevaba tal vez un par de semanas.

Enrumbé la mirada al lecho palomar y ahí estaba la madre tratando de proteger con sus alas a tres pichoncitos recien nacidos. Sus plumas, mojadas desde el alba, mostraban que era largo el rato que llevaba bajo esa llovizna pertinaz. Pero sus hijos estaban a salvo. Abrigaditos por su cuerpo y consentidos por un corazón responsable.

Pensé, recordando, que generalmente estas aves hacen sus nidos resguardados de las inclemencias del tiempo. De la lluvia, de la brisa o de los rayos directos del sol. Eso, al menos, era lo que siempre había visto. Bajo los aleros de una casa vieja, en el rellano de una ventana, detrás de las hojas de un frondoso árbol. Pero nunca "a cielo abierto".

Y empecé a comparar la situación de muchos seres que sin los medios para una vivienda digna, fuerte y abrigada, recurren a cualquier recodo en los senderos de la vida para armar cambuches que les permitan proteger, asi sea a medias, la vida y la crianza de sus hijos.

Mi café y el de Vicky ya se habían terminado sin notarlo. Estábamos absortos contemplando el ejemplo de vida y maternidad (o paternidad?.... porque no podría ser el palomo?) que el paisaje próximo nos mostraba.

Hay la convicción de que siempre en estos casos, es la madre la que protege. Pero cierto es también que hay padres que abren sus brazos y arropan, protegiendo de lluvias, de vientos y soles, hijos que esperan crecer para empezar a volar.

Hubiésemos querido subir hasta ese nido para proteger con algo a los polluelos y al ser que los estaba cubriendo. Y evitar asi que la lluvia siguiera haciendo daño en esos seres indefensos.
No había una escalera y de pronto, creímos porque ha pasado, que nuestra ayuda podria hacer huir a la paloma y dejar más solitarios a los polluelos.
La naturaleza, sabia o no, se comporta así.
Ya un poco de minutos se habían ido al pasado. Levantando un poco la vista, en un paisaje más distante, las comunas del oriente de Medellín nos mostraban, apeñuscado, otro montón de nidos que también bajo la lluvia, trataban de esquivar el ventarrón dañino de la desunión familiar, de los vicios y la desesperanza.
Allí los polluelos no se defienden con chillidos. Lo hacen con armas, a punta de plomo y de odio.

Nos dimos un abrazo y me senté a escribir.

sábado, 3 de marzo de 2012

TULIA GABRIELA OSPINA....aquí hay un nieto más.

El cambio de ciudad para mi vivir hace siete años, me trajo, aunada a todas las alegrías de mi nueva situación afectiva, la de volver a contar entre mis cariños, con el de una ABUELA, nona, mamita o mama señora, según se quiera denominar.

Ya los años me habían quitado a Florinda en Agosto de 1973 y a Justina, en Julio de 1996. Maternal y paternalmente hablando, me quedé sin esos cariños, que tenían la característica de ser muy particulares. Ni en mi niñez siquiera, recuerdo caricias. Palabras si, y bocados especiales de sus manos bondadosas.

La primera tarde en Bello, compartiendo el noviazgo con Vicky y después de pasar el primer "susto" de conocer a mis suegros, me permitió también el primer saludo con doña Tulia Gabriela Ospina Arango.

Habíamos llegado de Puerto Berrío pasado el medio día. Luego de una Pilsen de manos de mi suegro, también de unas chuletas espectaculares a manera de almuerzo y una charla de sobremesa, mi amor me convidó a visitarla y a conocerla en su casa, que cerca del parque del pueblo, recibe cada vez que hay opotunidad -y sin haberla, también- todo el grupo de hijos, primos, nietos, biznietos, cuñados y amigos.

Muy formal, con esa educación de antes y una amabilidad sin límites, nos recibió en esa sala especial, "para visitas especiales", dijo.
Fuimos charlando, ella preguntando y yo narrándole pedacitos de mi vida y de mi tierra, mientras empezó el desfile de "nuevos" parientes que iban llegando en ese festivo patrio de Julio.

El día de mi matrimonio con María Victoria, fue ella la que bendijo mi camino en esa nueva etapa de vida. Una cermonia inolvidable y por la que eternamente le debo gratitud.

Desde siempre, es muy agradable pasar por su alar y compartir al frente de la cocina o de su máquina de coser, sus historias y sus cuitas. Con el infaltable ofrecimiento de un café sin azúcar y mi aceptación gustosa -a quién le dicen café?- empezamos las remembranzas.

Ella cuenta sus pedacitos de vida en esas veredas de Yarumal donde pasó sus primeros años. Cuenta su matrimonio con don Pedro Luís Gómez, los partos de sus hijos desde Hugo hasta Astrid Helena, diez en total. El acompañamiento a su marido en sus aventuras de trabajo en la minería del nordeste antioqueño, cuando la violencia todavía no teñía de sangre los ríos que brillaban en el fondo con aguas y arenas cristalinas.

Cuenta de allá y cuenta de acá. Le gusta narrar su caminar por la vida. Y dice que ahora la vida es más fácil. Pero menos grata.

De acá cuenta su primera venida a vivir a Bello y su regreso a Yarumal por unas condiciones económicas difíciles. Y su vuelta definitiva para enraízar aquí, donde ha visto crecer su descendencia, donde ha ayudado a criar nietos y biznietos, donde siempre hay un bocado para el visitante, donde la bondad de su corazón llena de alegría a quienes vamos por allí.
En esa casa donde se festeja todo lo que pasa por el calendario familiar de las celebraciones.

Ahí donde me permitieron traer un Día de la Madre, a UNA SIGÓLOCA MUY CUERDA, que les habló de la sexualidad femenina desde Eva hasta nuestros días. Para la celebración del Padre y contando con la hermosa colaboración de mi mujercita, presentamos la ANTIOQUEÑISANTANDEREANIDAD, donde un legumbrero paisa enamora entre las ventas a una muchacha santandereana.
Cuando vienen sus hijos que andan en el extranjero, es allí donde se celebra la llegada y luego la despedida. Con músicos o sin músicos. Las novenas de aguinaldos, los cumpleaños, las navidades, los años nuevos, los viejos, bautizos, desfiles, paseos, todo sale desde la casa de Tulia.

Allí, mientras pintaba el mural de LAS FLORES, EL GATO Y EL PERRO que hay en el patio fresco y querendón, disfrutamos del segundo triunfo de la seguridad colombiana. Porque también es Uribista.

Y cuando vamos, cada semana, no hay nada mejor que disfrutar de sus "aguachildren" como llama a unas sopas-caldo que me encantan con la arepa migada y traen muchos recuerdos de mi caldo santandereano.
Y por más que le han insistido todos para que me diga Chucho, como todos lo hacen, sigue llamándome como Don Jesús, dando una muy sencilla pero diciente razón: "....me enseñaron a ser educada..."

Dios le bendiga por muchos años más. Hace poco celebramos su año número ochenta y siete y nadie sabe donde los tiene guardados. Su vitalidad, su elegancia para vestir, su don de gentes y su educación para conversar la hacen toda una SEÑORA ANTIOQUEÑA. Pero sin tantos años. Parece que anduviera en los sesenta.

Y su alegría es más notable cuando vamos y dejo pasar las horas enredadas entre sus palabras de remembranza y nostalgia, que también traen adheridos pedacitos de enseñanza. Algo que es muy de los abuelos, llenos de experiencia y de cicatrices de la vida.
Gracias Mamita, gracias Doña Tulia por dejarme ser un nieto más. Y por tanto cariño que recibo siempre de su corazón.
En el cumpleaños, a mediados de Febrero, aunque no alcancé a "cantarla" en vivo, si le hice una trova que remata con algo que para ella fue el mejor regalo.

Vamos a cantar aquí / a Doña Tulia Gabriela,
con los hijos y los nietos / de todos la gran abuela.
Que sea un Feliz Cumpleaños / que todos le deseemos
y esta es la primera vez / que nosotros no bebemos..!

Y todo fue con mucho gusto. La trova, la nota y la celebración de su cumpleaños sin trago..!