martes, 17 de agosto de 2010

De regreso a mi tierra. (Primera parte)

Ya estaba por terminar el mes de Julio de este 2010 que va volando. Después de año y medio soñando a Bucaramanga, me pegué una escapadita.
La carretera, después de Puerto Berrío, me dió la oportunidad de empezar a ver de nuevo mi terruño santandereano.

Las nuevas plantaciones de palma africana en La Vizcaína, me decían que el progreso ha vuelto. Y de que manera. En La Fortuna, ya sobre la vía Barranca-Bucaramanga, encontré, sorprendido, el campamento que está construyendo ISAGEN para las obras de la represa del Río Sogamoso. Y al llegar al viejo puente, ahi si, dejé que la emoción de ver cambiar los paisajes, me extasiara.

Las nuevas obras, el hormiguero humano que está laborando allí, los impresionantes cortes que la maquinaria, los ingenieros y los obreros están haciendo en esas montañas inhóspitas, frente al falso túnel que fue construido sobre la carretera, causan un revuelto de felicidad y nostalgia.
Felicidad por el empuje que demostramos los nacidos en la tierra de Galán y de Manuela Beltrán. Porque esta zona está llena de trabajo, sus gentes, son los principales agentes del cambio. El paisaje futuro, con un "mar chiquito" será un núcleo de desarrollo industrial y turístico para Santander. Así como Panachí hizo voltear los ojos del resto de Colombia hacia las breñas comuneras, esta nueva obra cambiará positivamente los rumbos de una zona que solo era sitio de paso hacia el Magdalena, por una carretera que durante años fue una tortura.
La nostalgia será efímera, quizás un poco lánguida por el cambio en el entorno, en esa culebrita carreteable que en algunos tramos desaparecerá, dejando que nuevas imágenes bendigan nuestros ojos. Habrá un nuevo túnel, el puente será cambiado por otro más fuerte y moderno y poco a poco las aguas juntas del Suárez, del Chicamocha, del Fonce y de todos sus afluentes, encontrarán algo así como los arrumes de piedra y ramas que hacíamos en las querendonas quebradas de Misiguay, buscando hacer un pozo para distraer calores y sueños de la adolescencia.

Pero esta barrera será una obra de las matemáticas, la física, los vectores de fuerza, las manos y las mentes, que detendrá entre sus bases las aguas, para volverlas energía. Sobre ellas, brillará el sol mañanero y el de las tardes multicolores de occidente, para dejarnos remar entre olas de alegría, para pescar nuevas especies y nuevas esperanzas, para dejarnos sentir en un "caribe" montañero y cariñoso.
Con ese entusiasmo vivo, llegamos a Lebrija y la doble calzada que ya están por terminar, me acabó de llenar de felicidad. Las luces de una tarde abrigada por caracolíes y bucaros, que se iba mezclando con la noche, titilando en esa meseta que en forma de mano se extiende hacia el poniente, saludando con la cordialidad del "hijuepuerca, mano, que gusto verlo de nuevo por aquí..." me aguaron los ojos. Ahí estaba, mi Bucaramanga hermosa, querendona y cálida, por clima y por cariño.
Elkin, el conductor de Copetrán, que iba siendo mi guía en los nuevos paisajes del camino, me "arrimó" hasta muy cerca de mis lares paternos, que entre más pasa el tiempo, más se llenan de recuerdos, enredados entre los maderos de las puertas viejas que por varios años fueron complices de mi madre, mientras me ayudaba a criar esos tres hijos que la vida me regaló en los tiempos en que la vida parecía siempre sonreir.
Un abrazo fuerte que fundió en mi piel la ternura y la añoranza, envolvió ese instante esperado y entoces encontrado.
Ahora, ahora solo faltaba volver por la tienda de siempre, pedir una Kola Hipinto, una mestiza de las tradicionales y dedicarme a saborear el tiempo que había pasado desde aquel enero del 2009. El único sentimiento que no me cuadraba era la ausencia de María Victoria, mi esposa, -antioqueña y complemento de mi vida-, que por compromisos de trabajo, esta vez no me acompañaba, como siempre suele hacerlo en mis regresos al terruño.
Pero el sabor del refresco, compañero desde la infancia, me hacía cosquillas en la garganta y me hacía ver y oir las canciones de mi viejo. Ellas, las canciones, y los sabores de mi pueblo, siempre se me han parecido. Unas y otros, me hacen volver a vivir, todo aquello ya vivido.
La arepa de maíz pela´o, el caldo, el mute, los tamales, el cabrito, los dulces de pasta y otros de esos cariños que el paladar extraña, ya tendrían tiempo de llegar hasta mi alma. Y las calles de siempre, volverían a sentir mis pasos.