miércoles, 21 de noviembre de 2012

Don Alirio Blanco... de viaje para el cielo.

Por los días de nuestra llegada a Berlín, empezando mis cinco años, tuve que familiarizarme con el nuevo entorno. Nuevos paisajes, nuevos caminos, nueva gente. Y con ellos, nuevas historias. Entre las personas con quienes compartiría los casi seis años venideros estaban los transportadores de la región. Y entre ellos don Alirio Blanco, que en su buseta Chevrolet 53 de trompa verde, hacía los recorridos desde Santa Cruz de la Colina hasta Rionegro y Bucaramanga. Atento siempre a las palabras de mis viejos, le escuché decir varias veces a mi mamá que el corría más que los Machuca, sus compañeros de esa labor incansable de llevar "colineros" y "berlineros" hacia y desde el pueblo. Esa frase me producía cierta angustia infantil cuando esperando en esa "Y" que servía de entrada a la hacienda, veíamos aparecer la buseta más madrugadora. Eso si, apenas nos acomodábamos, después del saludo amable del conductor, olvidaba mis miedos a las carreras y entretenía mis ojos en los adornos, luces y calcomanías que dentro de ese "bus en miniatura" -como yo lo veía- servían para entretener la media hora que duraba el recorrido hasta Rionegro. Me causaba especial atención el par de burritos que anclados en el torpedo, iban afirmando o negando con la cabeza lo que conversaban don Alirio y mi papá, que animados en una amistad de siempre, se contaban los sucesos de esa semana, mientras yo armaba imaginariamente la película de turno, haciendo participar a los burritos en su diálogo. Un día le pregunté a mi viejo si él era muy amigo del dueño "correlón" de la buseta verde. Y me dijo que si. Que casi desde su niñez en la tierra fría pero cordial que albergó sus vidas, eran amigos. Y me narraba de sus idas a traer agua para sus casas, cuando en La Colina no había acueducto. En el carro que tenía entonces, acomodaban unas ollas y se iban hasta Rio Frío por un viaje de agua limpia. Reía cuando recordaba que a la plaza llegaban solo con medias olladas, porque por los baches del camino y el descuido por ir conversando, la mitad del mandado se quedaba por la carretera. Curiosamente, cuando en Enero del 2009 fuimos con mi esposa a saludarlo, a su casa en San Alonso, entre las palabras que compartimos por un buen rato, estaba la misma historia. Creo que a los dos amigos esta forma de colaborarse mutuamente los marcó siempre. Los dos fueron servidores de quienes estaban cerca. En su "chiva" cada año iba a Berlín a participar con la gente de Santa Cruz de las Fiestas del Café. Siempre había puesto para todos, siempre había una palabra amable. Pasaron los años y fuimos a vivir a Misiguay. Ya suspendí el disfrute de esos viajes animados por los burritos, por las luces "hirvientes" de la Virgen del Carmen en el espejo interior y los cuentos y las risas de mi papá y su amigo. Pero hubo saludos compartidos en esa ventana de la Caja Agraria, frente a donde orgulloso cuadraba su buseta, esperando la hora de llevar pasajeros, viandas e historias de regreso a su pueblito amañador. Al regresar a la zona, ahora en Valparaiso, ya había cambiado su carro por uno más grande, imponente. Esa buseta, la 114 de Lusitania, seguía surcando los caminos de siempre. Entonces volvió el compartir por unos años, con mi viejo antes de que se nos fuera y en mis idas a Casatabla, cuando pasaba a saludar a Jaime González y a poner mi granito de arena en AGRORIO. Nada había cambiado en su forma de ser. La misma amabailidad. En esa Ford 59 fuímos a en un paseo familiar en 1981 desde Bucaramanga hasta Sardinas y después en el regreso, al son de la música carranguera que estaba pegando fuerte y de la que fue gran admirador. Alguna vez, nos encontramos a la entrada de un concierto con Jorge Velosa, en el auditorio de la UIS. Estaba con su señora, ávidos de presenciar el toque de ese sabor campesino que tiene la carranga. Me dijo que no le importaba trasnochar, con tal de disfrutar en vivo de las canciones que se oían en su buseta. En una feria artesanal también nos acompañó en nuestro "stand" en una presentación de los mismos artistas. Era ferviente admirador de esas canciones que hablan del campo y sus gentes. Cuando quedé a cargo de Valparaiso, por la partida de mi viejo, las cosechas de maíz que me correspondian por la parte de la tierra, siempre se transportaron en sus carros. Esperaba la bajada por Sardinas a las dos y media de la tarde, para acomodar los bultos en la bodega trasera y conversar de carros hasta Bucaramanga. El trabajo para el fue su constante. Solo en las fiestas de Navidad y Año Nuevo no cubría la ruta acostumbrada. Se tomaba unos tragos merecidos por su trabajo del año, después de haber comprado el mismo, su regalo para cada uno de sus nietos. El año pasado coincidimos en una visita a Victoriano Machuca, que ya estaba muy enfermo. Vi a don Alirio muy mermado en su caminar. Los años fueron los únicos capaces de apaciguar su impetu de trabajo. Pero creo que el del servicio a los demás, lo seguirá ejerciendo desde el más allá. Aquí también tengo que agradecer las alegrías que vivi de niño, encaramado en sus carros llenos de cosas gratas. Gratitud por dejar que mis manos hicieran la réplica de la 114. Se que la conservó por mucho tiempo. Y que siempre admiró mi trabajo. Gracias don Alirio por la amistad con mis viejos. Ahora seguramente va a encontrarlos en el cielo y allí conversarán todo lo que les quedó pendiente. Volverán a recordar esos viajes al río a llevar agua. Y las chanzas que le hacía mi papá porque el puesto auxiliar lo tenía reservado para pasajeras especiales. Y le contará que su hijo, fue a visitarlo para hacer remembranzas de su amistad y su compartir. La tertulia que se está viviendo en el cielo es grande. Son varios los amigos que se han ido. No importa que aqui hayamos quedado tristes por su partida. Cada ser va cumpliendo sus metas, sus años y su labor terrenal. Quedan, imborrables, sus enseñanzas. Su familia, formada con el ejemplo del trabajo, hará inmortal su legado. A todos sus hijos, a su esposa y a quienes tuvieron el gusto de recibir sus favores y sus consejos, les queda la satisfacción de contar con un amigo. Ya no es la ruta de "La Colina, El Diviso, El Marneeee...!" que anunciaba en los sesenta. Se ha cumplido un ciclo y la ruta ahora es un viaje directo al descanso merecido por el deber cumplido.