miércoles, 11 de mayo de 2011

Mi vida.... voy en cincuenta y cinco.

Ya dió otra vuelta de las largas en torno al sol, la tierra.
El calendario ha mostrado de nuevo el doce de mayo. Otra vez a cumplir años, gracias a Dios.
Cincuenta y cinco veces lo he hecho. Y es bueno hacer un repaso de este y de todos los años vividos.
Al revisar el archivo, ojeo un visto bueno, un chulito, en la sección de vida feliz.
Si, no importan algunos altibajos, en general, se puede chulear ese renglón.
Se vivió una niñez campesina -y lo digo con orgullo- sin mayores sobresaltos que aquellos que parecían el acabose del mundo. No poder jugar una tarde por alguna fiebre inoportuna, no poder tomar el refresco deseado, no contar con un juguete que se había pedido. Pero eran los "problemas" simples, triviales, pasajeros.

Con unos padres que estaban pendientes de mi, cariñosos y querendones pero no alcahuetas, comencé mis pasos.
Y crecí. Fui un alumno de escuela en el campo. Berlín y Misiguay, en mi Rionegro querido, bajo la enseñanza cariñosa y rígida de mi madre, que también fue mi maestra.
Momentos inolvidables, compañeros que se quedaron para siempre en el alma.

Luego, a estudiar a la ciudad, el bachillerato me llamaba. Un paso fugaz por el Salesiano y luego al Dámaso Zapata. Nos graduamos como Mecánicos Industriales, pero realmente lo que me gustaba era el Dibujo Técnico. Con el, empecé a cranear un negocio de publicidad. De allí, también buenos compañeros y unos cuantos profesores para tenerles gratitud eterna.

Cuando se acabó la bella época de la secundaria, pasé por mi único empleo dependiente de un salario. En la gaseosera de las letras enredadas, donde también aprendí y disfruté.
Luego, a estudiar en la Unab, una carrera administrativa que no era mi pasión. La mía, la que siempre soñé estudiar, la Ingeniería de Vias y Transportes, se quedó en la carpeta de los imposibles en una vuelta del destino que pasó por la Iglesia del Divino Niño, de donde salí casado, cuando comenzaban las vacaciones del último año de bachillerato.

Y con la publicidad, que me atraía y me gustaba, para darle un regalo a Leonardo Enrique, mi primer hijo, fabriqué un bus en miniatura. Eso se volvió mi hobby y parte de mi trabajo. Son muchos los carros que mis manos han hecho desde una fotografía y enamorando la madera.
Con ellos y con los avisos y diseños, fui llevando por olas tranquilas, un hogar donde crecieron también Gladys Fabiola y Silvia Liliana, mis niñas menores.
Mi viejo Flaminio se había ido en 1984. Mi madre, Blanca Graciela, nos acompañó hasta el 92.

Después, cuando los hijos crecieron, apareció la soledad.
Entonces viajé. Fui a vivir al llano colombiano. Yopal también me enseñó. Y mucho.
Allí supe lo que es pasar un día entero sin comer un bocado, de nada. Y no fue una sola vez. Allí también, alguien robó mi trabajo. Pero aprendí. La fortaleza del espíritu se forja con las dificultades. Nadie aprende en un nido de algodón.
Yopal también me mostró amigos verdaderos. Y eran de tierra extraña.

Alguien, que juraba que ese era el fin de mi destino, se tuvo que tragar las palabras, que no eran dulces ni suaves, como decía la cartelera.

Y sobreviví.

Regresé a mi tierra, a darle otra vez vida a PublicAB. Y mis pasiones, los avisos y los carros, continuaron brotando de mis manos.
Mis gustos, escribir, pintar, hacer teatro, ahora también son mis compañeros.
Algunos seres, unos poco gratos, pasaron por mi vida. Y se marcharon.
Hasta que la vida y la suerte, dieron una vuelta y volvieron hasta mi. Volví a encontrar el amor. En tierras antioqueñas, a donde viajé y donde estoy. Viviendo y dejándome querer. Aquí, donde mientras cumplo un año más, no me dejan trabajar para poder consentirme.

Tal vez, alguna o muchas veces, he equivocado el rumbo. Puede ser. Y los senderos con dificultades, con espinas, sintieron mi caminar. Pero fueron senderos de aprendizaje.
Nunca se podrá saber que hubiera sido de la vida si se dejó un camino y se tomó otro. Jamás. La realidad está en el presente. Esto es lo que he vivido y está bien. Al frente está otro resto de vida para trabajar, disfrutar, para vivir.

Como le aprendí a mi viejo alguna vez: "De eso no se muere nadie", hablando de las penas de amor. Esa frase es una buena medicina. Sin embargo, no la tomé cuando en otras ocasiones la necesité.
Ahora, mi gratitud para quienes me han visto crecer, aprender y vivir. Par mis amigos,los de antaño y los de ahora; para mis hijos que siempre han estado conmigo. Para Vicky, que desde hace seis años y un poco, está a mi lado de corazón, de cuerpo y alma.
Mis viejos, a los que saludo cada mañana mirando al cielo del oriente, ese que cubre a mi Rionegro, a mi Bucaramanga, saben que me siento orgulloso de lo que he vivido, quizás no lo que otros quisieron. Es la vida que escogí, solo yo soy el culpable de haber vivido como se me ha dado la gana. Y me siento feliz. Por eso hay un visto bueno en ese renglón de mi existencia.

No hay comentarios: