miércoles, 20 de abril de 2011

ESTO PARECE UN CUENTO

En medio de un mundo moderno, agitado y casi que obsesionado por el dinero, suceden cosas que nos dejan literalmente con la boca abierta y la mente dando vueltas.
En dias pasados recibimos una invitación a un paseo en el que estaríamos compartiendo con todos los miembros de las familias directas de una pareja matrimonial amiga y muy querida. Hasta ahí no hay nada de especial, ni siquiera en el desenvolvimiento natural de la ida hasta una finca en un municipio cercano, alquilada especialmente para este fin.
Solo que en nuestras disquisiciones con mi esposa hacíamos conjeturas sobre dicha invitación y sus causas y consecuencias. Llegamos a pensar en un retiro espiritual, dada la cercanía de la Semana Mayor y la religiosidad de la familia. Pensamos también en el compartir de los amigos a sus familiares de una nueva etapa en su vida de pareja. O talvez, simplemente el integrar a la parentela en un día de recreo y sol, piscina y almuerzo, palabras y sonrisas.
Como no había una certeza del motivo, dejamos que pasara el tiempo y llegara ese domingo especial, mucho más si lo era en las costumbres católicas con la conmemoración de la entrada de Jesús a Jerusalen.
Algunos de los invitados viajamos la noche anterior para adelantar la llegada de toda la tromba de invitados que estarían arribando al promediar la mañana dominguera.
Al calor de unos aguardientes, saboreando unas ricas "costillitas" y conversando de esto y de lo otro, además de un sueño placentero, se fue una noche medio lluviosa, que presagiaba un domingo también frío.
Pero las primeras horas de la mañana nos mostraron que este, sería un día seco, con un sol un poco tímido pero con el cielo bastante despejado, algo bueno para que la mayoría de la muchachada disfrutara de la piscina.
Hubo casi una total colaboracón entre quienes nos fuimos adelante para ayudar a preparar el desayuno de quienes fueran llegando, desayunamos nosotros y esperamos que los minutos pasaran para encontrarnos con los demás invitados.
A estas horas del paseo, todavía no se dilucidaba el porque de este "pic-nic" que disfrutábamos ahora. Ni quienes ya en la finca podríamos haber captado algo para adivinarlo, menos en quienes apenas iban apareciendo con las horas mañaneras, por allí.
Poco a poco fueron llegando los integrantes de las dos familias; muchachos, niños y adultos se confundían en saludos, abrazos, sonrisas y un interrogante tácito que se adivinaba en cada uno. Mientras iban desayunando los recién llegados, otros refrescábamos la mañana con algún roncito, una gaseosa o pasando por el paladar las infinitas tandas de pasabocas que durante todo el día no faltaron por los corredores, pasillos y en la zona húmeda de aquella casa campestre.
Cuando ya empezaba a ser la hora del almuerzo nos llamaron a todos a la sala. A todos. Nadie se podía quedar lejos del grupo. Ahi empezó a ser más grande la espectativa. Ahora si sería despejada la duda, la inquietud que había rondado nuestros pensamientos.
Y la verdad es que se convirtió en una sorpresa grande. Porque eso no se usa. Porque el transcurrir del mundo nos ha ido enseñando que el dinero es para atesorarlo, para guardarlo como si fuese la vida misma. Porque lo que oimos de labios de la pareja anfitriona nos hizo entender que no solo es la plata la que nos da el valor como personas en medio de un mundo comercializado.
Por alguna circustancia de salud, que nos preocupó bastante el año anterior, nuestros amigos "convidantes" al banquete recibieron una indemnización que no estaba entre sus cuentas. Y que repartieron.
Y allí estábamos para recibir de sus manos y de su corazón, parte en especie disfrutable en cada momento del paseo y en dinero en sumas iguales para cada cabeza de familia de los hermanos y de las madres, de cada uno de aquel par de amigos que nos sorprendían con este gesto, curioso para algunos, de rara y talvez nula ocurrencia para otros, pero a todas luces y miradas, una muestra de generosidad y valentía, porque no todo el mundo se atreve a regalar la plata en esa forma. Seguramente hay quien lo haga -y este relato lo confirma- pero no es fácil encontrarlo.
Después de la gratitud para este par de amigos, para Dios, para la vida, nos invitaron al almuerzo. Una moga deliciosa envuelta en hojas de bijao, que nos transportó a los tiempos en que la humildad era compañera y maestra de nuestro vivir.
Saborear una vianda, disfrutar de una integración familiar y degustar la bondad del ser humano, todo en uno, al tiempo, es algo para agradecer al creador de la vida.
Al final, las conjeturas se cumplieron fundiéndose en una sola. La enseñanza aprendida es mucho más de lo que puede dar un retiro espiritual. Después de su gesto generoso, seguramente la vida de pareja de los amigos tendrá un nuevo ingrediente de bienestar. Y el día, muy lindo y calientico en medio de tanto invierno, si fue una colección de sol, recreo, piscina, almuerzo, palabras y sonrisas. Y otro pedacito de saber en la vida de cada uno de nosotros. Se puede compartir, se puede entregar algo de nosotros por la humanidad. Ah.... y también se puede agradecer.
La tarde, ya oscura por la lluvia, nos acompañó de regreso a nuestra casa. Y volvimos a pensar en la bondad del ser humano, que ante el discurrir del mundo, parece que se hubiera extinguido. Pero existe. Aún hay bondad. Y aún hay gratitud. En nuestros corazones, en el de mi esposa y en el mío, hay un caudal de ella.

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