sábado, 4 de julio de 2009

FRAGMENTO.... Recordando Olvidos.... -Santa Cruz de la Colina-
Santa Cruz de la Colina….



Regresando de un periplo que nos había llevado por Encino y Los Santos, ya en el crepúsculo de la década cincuentil, llegamos a Santa Cruz de la Colina.

Yo por primera vez y mis padres de regreso, como quiera que mi viejo se crió por esos caminos y esas fincas y recién casados ya habían vivido por allí.

Con tres años apenas en mi cuenta, no son muchos los recuerdos reales. Pero si los referidos por Flaminio y Blanca Graciela, los creadores de mi vida. En muchas tardes de añoranzas vividas después, cuando por varios años estuvimos en Berlín, esa hacienda cafetera a medio camino entre mi Rionegro y ese “paraíso fresco” que es La Colina, como la hemos llamado desde siempre, hablábamos de ella.



Entre esos recuerdos infantiles está ese día de mayo, cuando en nuestra inocencia le prendimos fuego al altar de la virgen, que en la escuela servía para rendirle honores a la Madre de Dios, en esos momentos espirituales que se mezclan con las clases. Jugando con una sobrinita de la compañera de magisterio de mi mamá, volteamos las velas que alumbraban el altar. Cortinas, sábanas y papel de seda, que habían sido dispuestos como escenario de la imágen, asi como las flores, ardieron en un santiamén. Gracias a la ayuda de vecinos que acudieron con baldes, agua y muchas manos, este juego infantil no pasó al archivo de las tragedias.

Alguna vez en un paseo al Río Frío o tal vez a Aguascalientes –los recuerdos fallan y mi archivo materno ya no está-, se tomó una foto que aún anda pegada al álbum antañoso de la familia, la que prometo dejar ver alguna vez. Nos acompañaron los alumnos de la escuela, doña Zenaida, mi tío Luís Jesús y otros amigos de mis viejos.

Cuando vivíamos ya en Berlín, mi padre, siempre acucioso y aventurero, fue por un tiempo –cada domingo- el peluquero del pueblo, el herrero de mulas cuando se acababan los "mechudos" o vendedor de telas, camisas y pantalones, en las semanas en que las bestias andaban bien calzadas.


En la Ford de Victoriano Machuca, que subía madrugada desde Bucaramanga, con los cacharreros del domingo, se embarcaba en el cruce de Berlín, ahí donde hay aún una ceiba gigante, y trabajaba todo el día en alguno de esos oficios, combinándolos con su hablar ameno, su sonrisa blanca y su amistad sincera. Meses después, al fundarse la cooperativa de consumo en Berlín, la que gerenció por dos años y medio, La Colina cambió de peluquero, de calzador de caballos y las prendas de vestir se tuvieron que comprar en otra parte.

Pero siempre seguimos siendo amigos de los “colineros”. Por allí iba muy seguido a negociar ganado para el mercado cooperativo del fin de semana. De muchas casas llevó yucas de dalia –que en Santa Cruz se dan silvestres- para recrearse en las tardecitas, forjando ese jardín inmenso y variopinto que adornaba el frente de la escuela berlinera y que hacía crecer el orgullo de mi madre, a quien se lo regalaba cada vez que su romanticismo y alguna lluvia o una noche de luna llena lo hacían inspirar. Aunque el para eso vivía inspirado.

Muchos de los vecinos de esa época sesentera, creo que lo recuerdan. Desde La Colina bajaban a Berlín para participar en las Fiestas del Café, el segundo fin de semana de cada diciembre. Era una delegación grande, que montada en los carros de los Machuca y de Alirio Blanco, iban hasta la hacienda y regresaban sobre la media noche. Ahí era cuando yo preguntaba cosas que quería saber de La Colina.

Y entonces mi viejo, me sentaba en sus piernas y me refería su infancia al lado de Luís Alfredo y Justina, mis abuelos paternos.

Cada tarde lo enviaban desde el sector de La Plazuela a llevar el pan y los tabacos del otro día. Comprados los “encargos”, se quedaba en el marco de alguna puerta, mirando a quienes bailaban bambucos, pasillos y tangos, que músicos en vivo, trabajadores y vecinos, entonaban al son de tiples, guitarras y bandolas, en ese descanso hermoso del ocaso, después de una jornada laboriosa. La noche lo devolvía a la casa paterna por entre cafetales y potreros, lleno de susto mientras recordaba historias de brujas y lloronas y consciente de los correazos que lo esperaban. “Pero aprendí a bailar” me decía. Y es que tenía razón.



Y me contaba también de sus amigos entrañables, que por eso también lo son míos. Aprendí a ser amigo de sus amigos. Entre muchos recuerdo a algunos que aún viven y otros que ya están en ese rinconcito santacruceño que hay en el cielo. Elías Barajas, Pablo Gamboa, los Machuca –Antonio y Victoriano- los Blanco –Alirio y Hugo-, los Aldana –Alejandro y Luís- , Edita Ortega de Amaya, Guillermo Florez y muchos otros, a quienes pido me disculpen por mi olvido involuntario. No por eso dejan de ser amigos.



Hace un tiempo, terminando el siglo… volví.

Ahí estaba el mismo pueblito, lindo, acogedor, querendón. Se notaba cierto temor en sus gentes. Todavía se vivían vestigios de una zozobra que ya pasó y no vamos a recordar. Pero florecían sus jardines, el del parque y los de sus casitas. Y lo más valioso... estaba empezando a florecer la sonrisa de sus gentes. Se sentía el regresar de la vida.

Ahora que en la red social Facebook, Nancy Delgado, otra querendona de Santa Cruz ha creado el grupo SANTACRUCEÑOS DE CORAZON, podemos compartir con muchas personas que aunque no conozcamos personalmente, pareciera que se ha convivido junto a ellas por siempre. Hay cercanía de paisaje, de recuerdos.

Que alegría volver a sentir a Santa Cruz y a sus gentes. Creo escuchar, mientras navego en los recuerdos, ese llamado del ayudante transportador que gritaba en la plaza de Rionegro: “Colina, Divisoooo…. El Marneeeeeee….!”

Y entonces nos podemos subir a esa chiva real o imaginaria, para volver. Para admirar de cerca sus gentes y sus costumbres y para oír sus cuitas. A esos “colineros” luchadores que hacen de su terruño ese “paraíso fresco”, acogedor y productivo en las breñas ariscas de la cordillera oriental colombiana.

Para mi y para muchos –creo no equivocarme-, Santa Cruz de la Colina ha sido alero, sombra y paisaje, refugio amoroso y sentimental, balcón de sueños. Y se ha quedado por siempre en nuestras almas. Un abrazo para todos. Los tengo en el corazón.


(Adaptación de un fragmento del libro RECORDANDO OLVIDOS, de Jesús Antonio Báez Anaya, Medellin 2009)
Buenos recuerdos....
Mañanas de los lunes de mercado en la plaza de Rionegro.... pasadas las diez, el ayudante empezaba a llamar los pasajeros..."Colinaaaa, Divisooooo....el Marneeeeee..!
Creo que El Diviso y El Marne ya no existen...
Asi es la vida.

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