lunes, 21 de enero de 2013

RIONEGRO y la Virgen de Chiquinquirá.

Cuando escuchábamos de labios de nuestros padres y abuelos estas historias, nunca pensamos que eran más importantes que una simple disculpa para hacer entretenido el comienzo de alguna noche. Por eso ahora, madeja por madeja voy hilando aquellas frases que –devolviéndonos en el tiempo- nos dejan crear un par de páginas con un montón de recordaciones. Estando en Berlín, esa hacienda cafetera que parecía un pesebre de retazos verdes entre Rionegro y Santa Cruz de la Colina, por los comienzos del mes de abril del año sesenta y tres, mi madre –maestra en su escuela- se dio a la tarea de organizar un viaje con alumnos y padres de familia, para bajar hasta el pueblo y participar de lleno en el Tridúo de Desagravio a la Virgen de Chiquinquirá. Había recibido una invitación formal del padre Gilberto Serrano, párroco de ese tiempo y quien quería que todos los habitantes del pueblo y las veredas, llenaran la plaza en esos tres días en que iba a estar el cuadro en la iglesia. Preguntón que yo era en mis casi ocho años, le pedí a mi madre que me explicara la razón de esa celebración y el significado de esa palabra –desagravio- que se me hacía rara y desconocida. El desagravio –me dijo- consiste en la reparación o compensación de una ofensa o perjuicio. Y volví a preguntar: Dónde estaba la ofensa..? Entonces, con esa paciencia que solo tienen las mamás y las maestras, sentándome a su lado mientras cosía algún dobladillo en su máquina New York de pedal, dejó salir de sus recuerdos un pedacito de la historia que ella también había hilado de muchas versiones tejidas por quienes vivieron el hecho. Ya estaban por cumplirse cincuenta años de haber sucedido. En mil novecientos trece, Rionegro recibió por las calendas de abril la visita del cuadro con la imagen de la Virgen de Chiquinquirá, conservado siempre en esa ciudad boyacense. Era una peregrinación por muchos pueblos de Colombia, seis años antes de ser coronada por el presidente Marco Fidel Suárez como Patrona y Reina de Colombia. Los festejos que un evento de esa magnitud, comparado en grandeza con el tiempo en que se vivía y ante la gran multitud de visitantes, hacían que el pueblo cambiara sus costumbres. No había suficientes posadas, así que muchos optaron por pasar la noche bajo los alares de las casas o resguardados por las ramas de los árboles que en la plaza, eran testigos mudos de ese festival religioso. Y los más fiesteros aprovecharon las horas para el consumo de bebidas fermentadas desde comienzos de la tarde. Cuando los oficios religiosos acabaron entrada la noche y las puertas de la iglesia se cerraron, ya eran muchos los contertulios que “envalentonados” por el trago, conversaban duro en tiendas y cafetines.. Un grupo de cinco borrachitos decidieron en medio de su tomata, hacer una visita especial a la virgen, sin que nunca se hubiera sabido el motivo real de ese deseo. Fueron por la calle del costado norte de la iglesia y abriendo a la fuerza una de las ventanas que están frente a la casa que después sería por muchos años la Panadería Cartagena, hicieron ingreso –dos de ellos- mientras los otros tres los esperaban sobre el andén. Los intrusos buscaron el altar donde reposaba el lienzo chiquinquireño y lo atacaron con un puñal en dos ocasiones, rasgando las fibras de esta pintura valiosa. Una vez consumado este crímen al arte y a las creencias de los católicos, volvieron a la calle y reunidos con sus compinches se dedicaron a seguir libando. Es imaginable la reacción de quienes estaban encargados de esta festividad y del pueblo en general. Voces de protesta e insultos para los causantes de tan cobarde acción, pero ningún compromiso de las autoridades policiales. La programación se suspendió, así como la peregrinación y el cuadro volvió a su sede en Boyacá. El cura párroco fue retirado del pueblo por orden del obispo y se dice que durante seis años no hubo ningún oficio religioso allí. Cuando la diócesis aceptó enviar nuevamente un sacerdote, este fue recibido con calle de honor y vítores de emoción por los pobladores. Hubo entonces una interrupción a lo que iba narrando mi madre. Quise saber que había sido de los autores de aquel acto sacrílego. Solo recuerdo lo que me dijo, había pasado con dos de ellos. De los otros tres destinos ya la memoria haciendo de las suyas, me impiden tenerlos a mano en la mente. Pero baste con saber que no fueron buenos los finales de su existencia terrenal. Uno de los que entraron a la iglesia, se dedicó al licor y en medio de sus borracheras cada vez más continuas, se vanagloriaba de su machismo por haber entrado a la iglesia a profanar el cuadro. En una de esas rascas, le dio por montar un caballo que vio cerca y que al decir de los presentes, era manso. Una vez se acomodó sobre él y habiendo picado sus ijares por las espuelas, el potro empezó a correr desbocado y sin que nadie pudiera pararlo. El jinete se dejó caer del lomo pero no pudo soltar sus pies de los estribos y en esa loca carrera, su cuerpo se fue despedazando contra las piedras del camino. Al final, el espectáculo –decían quienes lo vieron- era dantesco e inefable. Del otro sacrílego, hay un poco más de relato en la memoria. Cuentan que enfermó unos años después y según el médico que lo vio debía guardar cama por unos días. Sería cosa de administrar las medicinas y nada más. Pero la dolencia empezó a complicarse y el personaje de marras fue perdiendo las facultades físicas para levantarse, así que tenían que llevarle sus comidas a la habitación de la hacienda que poseía. Allí su esposa le alimentaba, lavaba su cuerpo y le cambiaba de ropas, algo que solo ella pudo hacer, pues con el tiempo, de la piel del enfermo empezaron a brotar gusanos y obviamente el olor era insoportable. El día que expiró, levantó vuelo del caballete de la casa un cuervo –chulo en el lenguaje santandereano- que había permanecido allí durante la agonía del moribundo. Lástima que los años se me hayan llevado de la mente las historias de los otros tres individuos que cambiaron en un momento de “valentía” el devenir de un pueblo apacible. Es aceptable que cuando las historias se narran de boca en boca, se convierten en leyendas. Pero las leyendas también hacen parte de los pueblos y de las tradiciones. He comparado la narración de mi madre con una de mi abuelo –en alguna tarde en que me enseñaba a ser carpintero- y solo hay diferencias en el estilo, porque el fondo de lo contado por ambos es igual. Y también lo es con lo que algunas veces escuché en esas tertulias campesinas donde no falta aquel trashumante que recuerda los tiempos vividos en su juventud. La historia de un pueblo la van bordando las palabras de sus habitantes, de ayer y de hoy. Los del mañana la escucharán y volverán a contarla. Ahí se va dejando para la posteridad. Y esa historia o alguna de sus partes, tal vez sea discutible y hasta imposible de creer. Pero tampoco es posible cambiarla. Sería necesario retroceder el tiempo. Ahora que está por cumplirse el centenario de aquella noche de abril, es bueno conocer por lo menos una parte de esa narrativa popular. Y en la volqueta que servía para todo y para todos, manejada al ritmo de los chistes de Jesús Moncada y adornada con festones y flores, apretujados en su carrocería un montón de “berlineros” -como se nos llamaba- bajamos a Rionegro llenos de entusiasmo a participar en el Tridúo de Desagravio a la Virgen de Chiquinquirá. Para mí la alegría fue triple. Me compraron las golosinas que me gustaban en el negocio administrado por Marcos Rueda en la “esquina de los varados”, otro camioncito se unió a mi colección de juguetes y disfruté de la brisa en la parte alta de la carrocería de aquella volqueta verde, con carrocería de camión que se quedó en mis recuerdos.

3 comentarios:

Julio Ricardo Castaño Rueda dijo...

Don Jesús, que crónica deliciosa,oportuna y necesaria pues estamos en el centenario del desagravio a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

Me gustaría poder citarla en la segunda edición del libro Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, historia de una tradición.

Julio Ricardo Castaño Rueda

Unknown dijo...

Que recopilación tan hermosa, llena de recuerdos y legados históricos para nuestro municipio, nos gustaria contactaros con usted.El próximo domingo 21 de abril se conmemorará el centenario del desagravio, esta cordialmente invitado, seria muy especial contar con su presencia. Atentamente, CLAUDIA MILENA CABALLERO TOLOZA Y MERCEDES VILLABONA JOYA,

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.