sábado, 17 de marzo de 2012

DE NIDOS y polluelos.

Esa mañana de sábado venía lluviosa desde la madrugada. El cielo plomizo invitaba a quedarse en la cama un ratico más. Pero la velocidad con que ahora se van las horas, hizo que nos levantáramos de una vez.

Cuando abrimos la cortina y la puerta del balcón, recordé que al frente, en una caja de distribución de cables que estaba amarrada a un poste, una tórtola había construido un nido que llevaba tal vez un par de semanas.

Enrumbé la mirada al lecho palomar y ahí estaba la madre tratando de proteger con sus alas a tres pichoncitos recien nacidos. Sus plumas, mojadas desde el alba, mostraban que era largo el rato que llevaba bajo esa llovizna pertinaz. Pero sus hijos estaban a salvo. Abrigaditos por su cuerpo y consentidos por un corazón responsable.

Pensé, recordando, que generalmente estas aves hacen sus nidos resguardados de las inclemencias del tiempo. De la lluvia, de la brisa o de los rayos directos del sol. Eso, al menos, era lo que siempre había visto. Bajo los aleros de una casa vieja, en el rellano de una ventana, detrás de las hojas de un frondoso árbol. Pero nunca "a cielo abierto".

Y empecé a comparar la situación de muchos seres que sin los medios para una vivienda digna, fuerte y abrigada, recurren a cualquier recodo en los senderos de la vida para armar cambuches que les permitan proteger, asi sea a medias, la vida y la crianza de sus hijos.

Mi café y el de Vicky ya se habían terminado sin notarlo. Estábamos absortos contemplando el ejemplo de vida y maternidad (o paternidad?.... porque no podría ser el palomo?) que el paisaje próximo nos mostraba.

Hay la convicción de que siempre en estos casos, es la madre la que protege. Pero cierto es también que hay padres que abren sus brazos y arropan, protegiendo de lluvias, de vientos y soles, hijos que esperan crecer para empezar a volar.

Hubiésemos querido subir hasta ese nido para proteger con algo a los polluelos y al ser que los estaba cubriendo. Y evitar asi que la lluvia siguiera haciendo daño en esos seres indefensos.
No había una escalera y de pronto, creímos porque ha pasado, que nuestra ayuda podria hacer huir a la paloma y dejar más solitarios a los polluelos.
La naturaleza, sabia o no, se comporta así.
Ya un poco de minutos se habían ido al pasado. Levantando un poco la vista, en un paisaje más distante, las comunas del oriente de Medellín nos mostraban, apeñuscado, otro montón de nidos que también bajo la lluvia, trataban de esquivar el ventarrón dañino de la desunión familiar, de los vicios y la desesperanza.
Allí los polluelos no se defienden con chillidos. Lo hacen con armas, a punta de plomo y de odio.

Nos dimos un abrazo y me senté a escribir.

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